Alcides era un maestro. Estaba al tanto de todas las vanguardias, especialmente de aquellas que conjugaban tecnología, humor y contracultura. Fue una de las primeras personas que ví con una computadora, mucho antes del estallido de internet, cuando se usaban viejos caseteros conectados y la mayor parte del tiempo las pantallas eran un montón de renglones verdes donde de pronto surgía prodigiosamente una animación. Los estantes, el escritorio y las sillas en lo de Alcides sostenían pilas de gruesos manuales de informática que él consumía muy complacido.
En lo de Alcides se podía pasar de una sesuda tertulia sobre Pina Bausch o Marta Minujín o Christo o Duchamp o Girondo o Satie o John Cage, al repentino espectáculo de saltar pecho contra pecho demarcando velozmente escenario y platea en una habitación de 4×3.
A veces bajaba a la rambla, solo, y pasaba allí algunas horas. Regresaba invariablemente pletórico, con la libreta llena de apuntes de ideas formidables que reunía como si hubiera ido sencillamente a sintonizar una emisión cósmica inspiradora.
Si Picasso disfrutó dibujando como los niños, Alcides seguro logró divertirse viviendo cada año con mayor juventud: de ahí su conferencia para pollos o el lanzamiento de caramelos Zabala. Pero también la imagen inaudita y sobrecogedora de una formación de monjes en mamelucos bacteriológicos, blandiendo tuboluces encendidos que se hacían añicos cayendo como pretenciosas espadas lásers sobre una baguette gigantesca.
Hay rincones de aquel apartamento suyo que acaso pervivan en muy pocas personas: el semblante extraterrestre de una osamenta con luz mala y antiparras de aviador; el fajo de fotocopias rasgadas de un pez viviseccionado; el autorretrato con lechuguilla…
Con el tiempo, entre las impredecibles noches de Juntacadáveres y Amarillo, irían extendiéndose fractales electrónicos y festivos desbordes aleatorios.
Hubo una época durante la cual Alcides ocupó un cargo en el MEC. Recuerdo que estábamos en su casa -un nutrido grupo, como siempre- cuando le llegó la hora de ir a trabajar. Entonces él se acercó a un espejo y procuró emprolijar su aspecto con la evidente intención de hacerlo más “serio”; camisa negra con estampados de colores y una corbata con reproducciones de Da Vinci, creo. Se demoró allí en un inusual silencio y todos lo contemplamos admirados, hasta que lo oímos decir como para sí: -Caramba, cada vez hay que parecerse menos a uno mismo para salir a la calle!
Yo no soy quién para analizar su obra, aunque me queda claro que fue un artista nacional de primer orden, cuyo legado reclama el reconocimiento oficial.
Desde los ’80s Alcides se había propuesto ir presentando una obra magna, de largo aliento, tributada a los cuatro elementos, dividida en períodos de cuatro años para cada uno. Testimonio de ello son los videos documentales de los enterramientos de recipientes cerámicos en el Aconcagua; la hermosa Memoria del Agua; el Rito Eléctrico, y acaso una actualización del aire que respiramos, a partir del NetArt y la resistencia Javascript. Alquimia posmo cum laude.
Alberto Galione-2017.