Una rosa es una rosa es una rosa

Quizá toda la filosofía de Alcides se podía vislumbrar en esa frase, la supresión del objeto y el mantra del universo binario de unos y ceros a través de la poesía visual, sonora , electrónica…

La idea era hacer una fiesta que tuviera, por un lado la música tecno con los DJ’s y por otro lado todo un ensemble conceptual del mundo de Alcides que  tenía que tener una impronta cultural más allá de la música.

Todo eso lo plasmó en la realización de uno de los eventos performáticos más connotado de los ‘90s: la Deutsche Techno MusiK, la primera y única fiesta Rave de Montevideo, en noviembre del ’97.

En los galpones del viejo frigorífico Artigas en el Cerro, supo conjugar un espectáculo donde la performance, la música techno de la mano de DJs alemanes y todo el conceptualismo ritual presente en el arte digital de Alcides llenaron la noche de sonido, luz y color.

Todo el arte, toda la expresión artística de Alcides pasaba por la PC, fue el primer diseñador web del Uruguay, pionero del Net Art.

El movimiento Beatnik de los ’60s, Alcides lo trajo con la tecnología digital a los ’90s, cuando nadie en Uruguay hacía este tipo de arte, Alcides con la tecnología trajo el happening, en el sentido de manifestación artística multidisciplinaria.

Había un escenario, con pantalla gigante  y  6 computadoras, más allá, alineadas contra la pared,  grandes cajas de tul  donde hombres y mujeres vestidos de púrpura con aros de neón y  pescados bailaban. Delante del escenario, una mesa con pétalos  de rosa y  pescados, formando parte del ritual. En el caso de Alcides los ritos fueron parte fundamental de su obra, estaba allí el ritual del agua, el ritual del fuego, el ritual eléctrico. El resultado fue un espectáculo multimedia de culto, cargado de fuerza y aceleración.

 

 

Uther Faig


EN UN LIBRO DE HAIKUS UN BOLETO DE NEUQUEN:

Recuerdo de AMP.
Danielito había conocido a Vero en una de las plazas céntricas, mientras ella hacía una de sus esculturas/personaje. -Es alucinante, tienen que verla! -nos dijo. (Daniel era extraordinario, inquieto, magnético, y siempre tenía novedades sorprendentes.)
Como se venía el 1° Video Relámpago de Cinemateca (1990?) Alejandro ideó un guión para ese día, una especie de clip chamánico ciberpunk. Los actores serían Verónica y el Dani, pero como siempre, faltaba la cámara. Vero invitó entonces a un amigo suyo recién llegado de Bs. As, que tenía una VHS y seguro se colgaría con la historia. (No sabíamos todavía que ella y él llevaban años trabajando juntos, ni que ambos habían conquistado ya primeros premios nacionales.)

Aquél tipo de bigote tupido, mirada alegre y pelo revuelto, que usaba un curioso casco de escafandra al cuello, se unió a la producción con entusiasmo, genio y contagioso buenhumor. Alcides, con su cámara, resultó fundamental para que el video ganara finalmente el concurso.
Cuando la organización pasó a preguntar por el nombre de la obra y el grupo, quedamos mirándonos, no lo habíamos pensado. Pero Alejandro respondió con una seguridad que todos aprobamos orgullosos: -Banquete de Pordioseros -dijo; -Somos Los Telgopores Reptantes!

Seguramente esa misma noche nos debemos de haber reunido en el apartamento de Alcides, en Soriano y Julio Herrera; lo más parecido a la Factory de Warhol que conocí en Mvdeo: un lugar con la puerta siempre abierta, con un ambiente de intensa actividad creativa, donde día y noche coincidían artistas y entusiastas del under; videastas, performers, actores, actrices, escritores, escritoras, dibujantes, pintores, diseñadores, programadores, músicos; que se influenciaban, convocaban, y animaban mutuamente, compartiendo proyectos, conocimiento, comidas y juegos; que Alcides apadrinaba, promovía, inventaba, concretaba, venciendo siempre a “la realidad contundente.”

Ese es el Alcides que conocí. Esto es una versión de cómo un ser humano entrañable y generosísimo fue manifestando su inmensa estatura artística con inusual humildad.
Uno no sólo podía quedarse en su casa tres días seguidos mientras él lo ayudaba a realizar una idea, disfrutando mientras tanto de sus libros, cassetts, películas y videogames, o paladeando su famoso té de cardamomo, o el gramajo de algún boliche donde él siempre terminaba invitando, sino que a la hora de “actuar”, él hacía suya la preocupación de que nadie perdiese plata en la empresa, o de que en lo posible se ganase algo. Había detrás de esto un detalle increíble: Alcides había ganado en Argentina un premio nacional de artes plásticas que consistía en una beca vitalicia; pero lejos de descansar en esa suerte, consideraba su deber (lo que era felizmente algo natural en él) producir arte a un ritmo sostenido, vigoroso, incansable, generando múltiples proyectos simultáneos, para la vía pública, para los museos, para los boliches.

Alcides era un maestro. Estaba al tanto de todas las vanguardias, especialmente de aquellas que conjugaban tecnología, humor y contracultura. Fue una de las primeras personas que ví con una computadora, mucho antes del estallido de internet, cuando se usaban viejos caseteros conectados y la mayor parte del tiempo las pantallas eran un montón de renglones verdes donde de pronto surgía prodigiosamente una animación. Los estantes, el escritorio y las sillas en lo de Alcides sostenían pilas de gruesos manuales de informática que él consumía muy complacido.

En lo de Alcides se podía pasar de una sesuda tertulia sobre Pina Bausch o Marta Minujín o Christo o Duchamp o Girondo o Satie o John Cage, al repentino espectáculo de saltar pecho contra pecho demarcando velozmente escenario y platea en una habitación de 4×3.

A veces bajaba a la rambla, solo, y pasaba allí algunas horas. Regresaba invariablemente pletórico, con la libreta llena de apuntes de ideas formidables que reunía como si hubiera ido sencillamente a sintonizar una emisión cósmica inspiradora.

Si Picasso disfrutó dibujando como los niños, Alcides seguro logró divertirse viviendo cada año con mayor juventud: de ahí su conferencia para pollos o el lanzamiento de caramelos Zabala. Pero también la imagen inaudita y sobrecogedora de una formación de monjes en mamelucos bacteriológicos, blandiendo tuboluces encendidos que se hacían añicos cayendo como pretenciosas espadas lásers sobre una baguette gigantesca.

Hay rincones de aquel apartamento suyo que acaso pervivan en muy pocas personas: el semblante extraterrestre de una osamenta con luz mala y antiparras de aviador; el fajo de fotocopias rasgadas de un pez viviseccionado; el autorretrato con lechuguilla…

Con el tiempo, entre las impredecibles noches de Juntacadáveres y Amarillo, irían extendiéndose fractales electrónicos y festivos desbordes aleatorios.

Hubo una época durante la cual Alcides ocupó un cargo en el MEC. Recuerdo que estábamos en su casa -un nutrido grupo, como siempre- cuando le llegó la hora de ir a trabajar. Entonces él se acercó a un espejo y procuró emprolijar su aspecto con la evidente intención de hacerlo más “serio”; camisa negra con estampados de colores y una corbata con reproducciones de Da Vinci, creo. Se demoró allí en un inusual silencio y todos lo contemplamos admirados, hasta que lo oímos decir como para sí: -Caramba, cada vez hay que parecerse menos a uno mismo para salir a la calle!

Yo no soy quién para analizar su obra, aunque me queda claro que fue un artista nacional de primer orden, cuyo legado reclama el reconocimiento oficial.

Desde los ’80s Alcides se había propuesto ir presentando una obra magna, de largo aliento, tributada a los cuatro elementos, dividida en períodos de cuatro años para cada uno. Testimonio de ello son los videos documentales de los enterramientos de recipientes cerámicos en el Aconcagua; la hermosa Memoria del Agua; el Rito Eléctrico, y acaso una actualización del aire que respiramos, a partir del NetArt y la resistencia Javascript. Alquimia posmo cum laude.
A.G.